Por Carla Bravo-Reimpell *
No podemos pasar por alto la fuerte presencia de lo femenino en Fresas Salvajes (1), más allá de que el film nos invite a seguir el viaje de un hombre.
¿Cómo entendemos lo femenino a partir de la enseñanza de Jacques Lacan? Se trataría de una satisfacción, un goce que remite a un más allá de lo fálico, que no empata con el tener o no tener, o con el ser o no ser, es decir, con las significaciones que vienen del enlace entre significante y significado, en las que simbólico e imaginario hacen relación. Por tanto, es un goce que no se regiría por las leyes del lenguaje y por el mandato de los discursos, y así escaparía a lo que éstos buscan estandarizar.
Les propongo pensar Fresas Salvajes no como una película que muestra sueños y ensoñaciones, sino como un sueño en sí mismo para los espectadores soñantes, y a partir de allí intentar “localizar la instancia del despertar [para así] afirmar el provecho que puede extraerse de él para redefinir el inconsciente como real” (2). Que “se toque un punto de despertar” (3), como pensaba Lacan que podía ocurrir luego de todo el recorrido de una experiencia psicoanalítica, ¿se hace posible en este sueño que es Fresas Salvajes, a partir de lo femenino como acercamiento a lo real?
¿Quién es Isak, qué ser ha edificado a lo largo de su vida? Un ser entregado al saber de la ciencia médica, fachada de una vida de soledad. Y en la antesala al recibimiento de un título honorífico, tiene un primer sueño-pesadilla en el que se encuentra perdido, víctima de lo ominoso: desconoce ese lugar antiguo, no ubica la hora en un reloj que lo mira sin decir nada. El encuentro con una figura que se desvanece, como vaciándose de sustancia, y el “mirarse muerto”, una bi-direccionalidad que lleva a la angustia y a la incómoda pregunta ¿estoy vivo o muerto? Una primera conmoción de las identificaciones.
Isak emprende así un viaje pleno de mujeres. Mujeres que van más allá de lo que él cree que las universaliza, “el vicio de llorar, embarazarse y chismear mucho”, eso sí, ¡sin derecho a fumar! Mujeres presentes y pasadas, que hacen gala de sus deseos y goces más íntimos y singulares, y que lo confrontan con lo que siempre ha evitado.
Y sobreviene un segundo sueño; un enfrentamiento con el espejo para comenzar a ver que con la mujer del primer amor no se habló nunca el mismo idioma, y que él, que “pensó saber tanto [en realidad] no sabe nada”. Un saber que se termina de desmoronar con la escena del examen, donde definitivamente falla la mirada del experto, punto en el cual el significante no lleva a ninguna comprensión sino por el contrario al fuera de sentido, desvelándose un no saber de la vida y de la muerte, pero sobre todo a un no saber de la mujer, de lo femenino.
El renegar de la singularidad del goce conduce a la conclusión: “estoy muerto a pesar de que estoy vivo”. A partir de este momento podríamos intentar ubicar si se alcanza este punto de despertar. Isak tiene un pensamiento, muy cerca del final del film: “en todos los eventos bonitos de la vida [valga decir, vivificantes] hay algo de casualidad memorable”. Algo de lo contingente, de lo que no se puede predecir, parece ser admitido para permitir la sorpresa. Un nuevo acercamiento a la mujer, a la Srta. Agda, se hace posible; y si bien Isak vuelve a la ensoñación, a los recuerdos de la infancia, es para poder ver a una madre que se ubica más allá de las órdenes y los deberes (con la casa, con el marido, con los hijos), una mujer que disfruta de la compañía de un hombre.
Referencias
[1] Bergman, I. (1957): Fresas Salvajes. Svensk Filmindustri
[2] Cottet, S. (2019): Prefacio. En C. Koretzky: Sueños y Despertares: una elucidación psicoanalítica. Buenos Aires: Grama Ediciones, p. 13
[3] Lacan, J. (1968): Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines. En Mi enseñanza. Buenos Aires: Ediciones Paidós, p. 107
[Foto 1] Recuperada de: http://jaimeburque.com/blog/fresas-salvajes/
[Foto 2 y 3] Recuperadas de: http://cinedivergente.com/ensayos/especiales/ingman-bergman/fresas-salvajes