En la novela “La madre de Frankenstein”, de la escritora Almudena Grandes, la trama comparte protagonismo con una reflexión sobre la Guerra Civil Española (1936-1939) y la posterior dictadura franquista (1939-1975), dando cuenta de sus repercusiones en lo íntimo de la vida de las personas, así como en el contexto social que caracterizó a este período. En esta coyuntura, entre ficción e historia, me encontré con un pasaje que me interrogó:
“Que Roque había respirado el terror de su madre durante tantos años que se había acostumbrado a vivir sin hablar. Que era una postura inteligente, porque lo mejor, en España, en 1954, era no abrir la boca…Que el silencio era el único valor seguro, el único remedio eficaz contra el infortunio probable, hipotético y hasta inexistente, la infalible receta que se aplican por igual los ricos y los pobres, los más humildes y muchos poderosos…Que por las mañanas, cuando los abrigaban para ir al colegio, las madres recordaban a sus hijos pequeños que no tenían que contar a sus amigos ni una palabra de lo que hubieran oído en casa… Que la frase que se escuchaba más a menudo en todas las casas era: ‘pase lo que pase, tú no te signifiques, por lo que más quieras’” [1].
¿A qué se refiere esta posibilidad, la de un sujeto que consienta a hacerse representar por un significante ante su comunidad, su ciudad, su país? ¿Y por qué en algunas instancias de poder -sobre todo cuando tienen un evidente rasgo totalitario- es temida y por lo mismo reprimida?
Las insignias que marcan nuestras elecciones en la vida hunden sus raíces en lo que Sigmund Freud llamó el inconsciente, por lo mismo las llevamos en nosotros muchas veces sin reconocerlas, o sin preguntarnos de dónde nos vienen. De hecho, el cuestionarnos sobre ellas es lo que puede dar inicio y hacer que se despliegue un trabajo psicoanalítico. Nombrarse afroamericano, homosexual, objetor de conciencia, disidente político, feminista, ateo, defensor de los Derechos Humanos o líder comunitario, entre muchas otras alternativas, son muestras de estos significantes con los cuales nos representamos ante el otro social, y que marcan una diferencia, nuestra diferencia. Cuando los sistemas autoritarios pretenden negar estas diferencias, en tanto rompen con su mandato que apunta al “todos iguales”, el poder significarse se torna altamente peligroso.
Por esto, urge a cada uno de nosotros defender esta posibilidad de significarnos, de valernos de la palabra para representarnos ante lo social, contrariando cualquier intento de acallar lo que es propio a cada quien. Es además la posibilidad de sostener, en un tiempo y espacio determinado, las luchas individuales y de grupos, en lugar de llevar a cabo actos descontrolados y violentos que terminan diluyéndose y dejando a su paso una estela de muerte.
[1] Grandes, Almudena (2020): “La madre de Frankenstein”, de la serie Episodios de una Guerra Interminable. Barcelona: Tusquets Editores/Planeta de Libros, p.62-63.
Imagen: Guernica, por Pablo Picasso, 1937. Tomado de: Fjavier